lunes, 22 de octubre de 2012

10 CAUSAS DE LA CRISIS

Por Manuel Medina - Canarias Semanal
En el año 1986, la burocracia de Bruselas - escribe nuestro colaborador Manuel Medina - consideró que el "pedigree democrático" de España ya había sido convenientemente depurado de los residuos del fascismo. Ya nos encontrabamos en condiciones de entrar en la Unión Europea. Sin embargo, Bruselas nos advirtió que aunque se sentían muy felices con nuestra participación en Feria de los Mercados europeos, la admisión no se podía realizar a cambio de nada. Habia que pagar un alto precio... Ese es, justamente, el que hoy estamos abonando.
 

   Desde la década de los 60 el Régimen de Franco realizó las primeras tentativas de acercamiento a lo que [Img #10976]entonces conociamos con el nombre del Mercado Común.  La burguesía española se ahogaba en los estrechos  marcos  de la economía autárquica franquista. Su desarrollo exigía un nuevo ámbito de relaciones comerciales, para el que  la rígida estructura de la dictadura constituía un serio obstáculo.

       Durante años  los tecnócratas de  la  secta católica del Opus Dei  - los ministros franquistas Ullastres, López Rodó, López Bravo etc. -  estuvieron mendigando en los zaguanes del Mercado Común la entrada de España en esa institución económica del capitalismo europeo. Pero el lastre histórico que arrastraba la dictadura de Franco - sus crímenes y sus complicidades con los regímenes fascistas de Hitler y Mussolini- no ofrecía una carta de credenciales idónea  para presentar a la opinión pública europea.  Pese a los reiterados intentos de ir más allá, el franquismo sólo logró con la CEE acuerdos comerciales puntuales.


  Cuando, por fin, en el año 1986, la burocracia de Bruselas consideró que el [Img #10977]"pedigree democrático" de España ya había sido convenientemente depurado,  aunque  todavía perviviera el legado de la dictadura  en la monarquía borbónica que impuso como herencia, los  partenaires fundadores del selecto club autorizaron el ingreso de España.  

    Sin embargo, la burocracia de Bruselas advirtió que aunque se sentían muy felices del nuevo ingreso en la Feria de los Mercados europeos, la admisión no se podía  realizar a cambio de nada.  Los fundadores del invento nos advirtieron de que habría que pagar un alto precio, y cumplir una serie de rigurosas reglas, para entrar en el selecto Club de los poderosos.


  Comenzaron dejando muy claro  que en aquella  Europa capitalista las funciones [Img #10978]estaban ya definitivamente distribuidas. A Alemania y a otros países del Norte europeo, por derecho natural y porque habían sido los padres fundadores del artilugio, les corresponderían  las tareas relacionadas  con la industria y la transformación manufacturera.


  El entonces presidente del gobierno español, Felipe González Márquez, aceptó [Img #10979]el compromiso y procedió al desmantelamiento industrial del país que entonces ocupaba el 11º lugar en el ranking de las potencias industriales del planeta. El socialdemócrata  González  procedió al desmontaje de los Altos hornos, la Siderurgia y los Astilleros. Aquella operación salvaje  fue denominada eufemísticamente por el Ejecutivo español  con el engañoso nombre de  "reconversión industrial".


  La  drástica operación requería, desde luego, de una cirugía no menos brutal. A [Img #10980]González, líder de un partido que entre sus siglas  portaba la O, de obrero, y la S de socialista, no se le movió el entrecejo  a la hora de poner en la calle a centenares de miles de asalariados,  reprimir duramente la protesta social,ocasionando en las refriegas resultantes algunos muertos. La "reconversión"  tuvo, ciertamente, un alto coste humano para la  clase trabajadora. Sin embargo, nuestras conciencias fueron acalladas con el argumento de que resultaba imprescindible para el progreso del país. Callamos, y en las siguientes elecciones volvimos a votar por los que con puño de acero nos habían abierto las puertas del "paraíso" europeo.

    El ministro de Economía de entonces, Carlos Solchaga, hijo de uno de los militares sublevados en 1936,  llegó a afirmar  que no tenía nada de  malo  que España, en la división europea de la producción, se convirtiera en el "asilo" turístico de los ancianos europeos.


  Nuestra  nueva función en el mundo se redujo a la explotación de "recursos [Img #10981]naturales" tan pintorescos como el clima, el sol, el tipismo, los toros, el flamenco y nuestra congénita simpatía. Simultáneamente, el Gobierno socialdemócrata acababa con la industria lechera de Asturias, con la vid de Andalucía y con los plátanos y tomates canarios. Entre las prohibiciones que se nos habían impuesto figuraban las de no competir  con la industria láctea holandesa, ni con los vinos italianos y mantener una actitud  de respeto a los acuerdos internacionales contraídos por los países de la Unión  con terceras partes. Era doloroso pero - nos consolaban - a cambio nos habían dado entrada en el  alucinante mundo de la Comunidad Europea. Con la concesión de esta codiciada franquicia íbamos a acabar de un plumazo - nos prometían - con todos nuestros complejos seculares. Dejábamos atrás, pues, la Inquisición, la España de pandereta  y el celebérrimo  "¡que inventen ellos!" de Don Miguel de Unamuno. El Estado español  abría sus puertas, definitivamente, a la modernidad.


   Como los alemanes fabricaban automóviles, y éstos requieren autovías para [Img #10982]poder circular, se nos proporcionó la posibilidad de obtener subvenciones, a través de los llamados fondos europeos,  que nos permitirían  poner a punto nuestras decimonónicas carreteras y comprar masivamente y a crédito las flamantes marcas automovilísticas teutonas.

     Como nuestra mano de obra era considerablemente más barata que la del resto de Europa,  la industria alemana ensayó lo que hoy es una práctica  generalizada de los países capitalistas: la deslocalización de sus empresas .  En un espectáculo muy similar al que en los años 50 parodiara el film de Berlanga "Bienvenido Mister Marshall", el gobierno, las instituciones españolas, los sindicatos,  las organizaciones políticas que se reclamaban de izquierdas y, también, la mayoría de los españoles dimos la bienvenida a las fábricas de montajes provenientes de la Europa millonaria. Ellos conseguían nuestra baratísima mano de obra  y nosotros, como compensación, obteníamos   puestos  de trabajo en un país en el que las cifras de parados comenzaron a alcanzar números millonarios.


  Dado que en España no se contaba con suficientes capitales para financiar   lo [Img #10983]que iba a ser  el explosivo boom de la construcción inmobiliaria, los bancos alemanes comenzaron también a prestarnos "generosamente" sus capitales sobrantes.  Esa mágica operación les permitió incrementar su propio proceso de acumulación capitalista y a nosotros, de paso,   nos metió de lleno en aquella  borrachera enloquecedora que  hoy conocemos como la "burbuja inmobiliaria".  

     Después de un vertiginoso "crecimiento" de casi dos décadas  un serio percance financiero en Wall Street dejó al descubierto todo el falso andamiaje sobre el que estaba montado nuestro fantasmagórico desarrollo. El tsunami de la crisis se extendió, en efecto, por toda Europa, pero  España deja a la vista de todos sus impúdicas imposturas. La crisis económica barrió en un santiamén los frágiles pilares sobre los que se sostenía nuestra economía de ficción y pelotazo.   


  El epílogo de esta historia, contada en 10 puntos, sigue siendo tan dramático [Img #10984]como cada una de las secuencias que la componen.  Hoy, "el amigo alemán" retorna solícito y exigente en nuestra "ayuda". Acude a nuestro "rescate". No con la intención de  reparar los desastrosos efectos de su anterior política económica con la periférica España, haciendo posible que circule el crédito hasta la economía productiva, sino con la intención de que  los capitales que preste se destinen a la Banca española para que ésta, a su vez, pueda restituir las deudas contraídas con la Banca alemana. Naturalmente, quienes pagaremos esos préstamos vamos a ser, una vez más,  los asalariados, los parados, los funcionarios, los pequeños comerciantes, los pensionistas...  En realidad, lo que la feroz representante de los intereses de la burguesía alemana Angela Merkel  pretende  no es rescatar a "nuestros" bancos,  sino  garantizar que el conjunto de los contribuyentes españoles rescatemos a la  Banca germana a costa de la mutilación de nuestras prestaciones sociales, la precarización de nuestra Sanidad y la Educación, del los desahucios, del  paro, el hambre, la miseria y una pavorosa crisis social


 Algún día, las futuras generaciones - si éstas llegan a existir en el turbulento mundo [Img #10985] que se avecina - se interrogarán acerca de cómo fue posible que los ciudadanos del Estado español pudieran  ser víctimas colectivas de un gigantesco fraude politico y económico que ha durado nada menos que tres décadas. Difícilmente podrán entenderlo  si a nuestras explicaciones no añadimos los factores  que han  acompañado este proceso en el curso de  los últimos treinta años.   






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